Jessica” es una pieza instrumental de la banda estadounidense The Allman Brothers Band lanzada en 1973 en el álbum Brothers and Sister. 
Fue escrita por el guitarrista y vocalista Dickey Betts, junto con la ayuda de su amigo Les Dudek. Se dice que la tituló así en homenaje a su hija.

Una canción que dura unos 7 minutos y medio y que cuando la escuchas sientes que nada puede ir mal, de hecho es una canción optimista, vitalista o eso es lo que a mí me transmite.
Es de esas canciones que te pondrías al despertar para empezar un buen día.
Un día de esos en los que el sol brilla, no tienes prisa en salir de la cama, pero saltas sobre ella, saltas de felicidad porque el amor te rodea y un día espléndido te espera.
Un día en el que bailando y saltando, decides bajar de la cama, bajar a tierra, pisar suelo cálido, y caminas descalza hasta tu maravillosa cocina para ofrecerte un desayuno genial, eres afortunada, la vida te sonríe y has cumplido tus sueños. 
Es una canción muy así, muy positiva, es alegre, es una sonrisa enorme en tu cara, es ganas de bailar, de tararear, de saltar, jugar, y compartir, y no puedes parar de bailar y de vivir, plena y felizmente. 
Así es “Jessica” para mí. Es así como me hace sentir cada vez que la escucho, es lo que imagino en mi cabeza cuando suena esa melodía, no puedo evitarlo.
Para algunos entendidos en la materia "Jessica" es una obra maestra. O una pieza muy relevante dentro de la historia de la música, más concretamente del rock estadounidense.
Para mí, “Jessica”, es mucho más que todo esto. Es el origen. Es identidad. Es mi historia y también mi nombre.

Llegué al mundo un 29 de marzo de hace más de 3 décadas. 
(Voy a hacerme la interesante y creo que voy a empezar a no revelar mi edad exacta, porque mi cara ya no es la que era, y lo de hacerse mayor empieza a notarse. 
Hay días que lo llevo estupendamente bien, otros que lo llevo regular y otros que no lo llevo, pero así es la vida y lo importante es seguir sumando.)

Bueno, sigo. Llegué al mundo en primavera, en una noche de luna llena. 
Luna llena, sí,  es posible que quizás sólo por ese pequeño detalle sea irremediablemente tan intensa, y a estas alturas ya he descubierto que no hay remedio para ello, que le vamos a hacer…
Continúo. Como ya he dicho mi nombre estaba ya escrito y compuesto antes de que yo naciera. 
Fue mi padre el mayor responsable de que yo acabara llamándome Jesika*.
Él, que tocaba una batería cuando tenía 17 años, escuchaba toda la buena música que llegaba del otro lado del charco y coleccionaba vinilos que no dejaban de sonar desde que tuve uso de razón. 
Así es como recuerdo mi infancia. Música, música y más música. Bailar, bailar, y bailar.

En mi casa teníamos dos salones, un salón era el de la música, y el otro el del cine. Cuando llegaba el fin de semana, desde que nos despertábamos hasta la hora de comer, los vinilos sonaban a tope durante toda la mañana, bailábamos sin parar por toda la casa. 
Por aquel entonces el pasillo estaba forrado de moqueta y solía acabar de rodillas tocando mi guitarra ficticia junto a mi padre mientras escuchábamos a Simon And Garfunkel, The Allman Brothers Band, ZZ Top, Jefferson Airplane, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Santana, y muchísimos más.

A veces venían amigos de mis padres y entonces también escuchábamos vinilos.
Hay un día que no voy a olvidar jamás, sé perfectamente quiénes estábamos, y puedo decir que yo no tendría más de 7 años. Pusieron "(I can´t Get No) Satisfaction" de la banda The Rolling Stones, y todos los que allí estábamos nos pusimos a cantar, incluida yo, nos levantamos y empezamos a bailar, allí, en el salón de mi casa. Creo que sólo por ese instante mágico esa canción es una de mis canciones favoritas.
Y bueno, crecí con la buena música que se pinchaba en casa, como cuando le pones música a una planta para que crezca sana, contenta, mejor, para que vibre, y sea feliz. 

Fue así como crecí con Pink Floyd, Queen, Deep Purple, The Stooges, Dire Straits, Mike Oldfield, Bruce Springsteen, The Police, B.B. King, Otis Reeding, Johnny Winter, John Mayall, John Lee Hooker y una interminable lista de bandas y músicos que llenaron los días de mi infancia de poesía. Es injusto dejarme tantos sin mencionar pero no acabaría nunca probablemente, ya que la colección de vinilos del “viejo” es grande, es extensa. 
Así que con 7 años era una fan confesable de Tina Turner y Joe Cocker. 

Siendo adulta pude disfrutar de Ika Turner en concierto, en un Getxo Blues que no olvidaré, aunque hubiera preferido ver a la gran Tina Turner, sin duda alguna. 
Elliott Murphy me enamoró en directo hace ya unos cuantos años. Según oí su voz me transporto a mi infancia, al igual que Boo Boo Davis, menuda voz, te atrapa desde el primer segundo. 
John Mayall y su armónica me hicieron vibrar y reprenderme por no haber aprendido a tocarla a pesar de haber tenido una desde que tuve uso de razón. Jimmy Cliff fue bailar con buena vibra sin parar en todo lo que duró aquel concierto. 
Bob Dylan, en la playa de Donosti, fue una gran decepción, dio todo el concierto de espaldas a la multitud y me pareció que no nos merecía allí. Pero había que ir a verlo, como no.
Johnny Winter en directo fue una experiencia religiosa, o más bien sagrada. 
Sentado, con su sombrero, su pelo blanco cayendo por sus hombros y la guitarra en sus manos. Un anciano. Un anciano que de anciano sólo tenía su aspecto, madre mía que caña, eso fue un concierto y un ritmo acelerado vibrante en el que no pude más que disfrutar admirada viendo a aquellos hombres que tenía ante mí tocar. Su baterista Vito Liuzzi, desprendía tal energía, tocaba la batería de tal modo que me enamoré de él a pesar de su edad. Sólo con verle tocar le hubiera hecho el amor allí mismo. Y no me avergüenza decirlo, sólo aquella vez he sentido algo así, y fue increíble.

Pude ver a Gregg Allman*, gratis, gracias a un Azkena Rock, en Vitoria, un mediodía que hacía calor y pegaba fuerte el sol. Fue muy emocionante para mí, firmó mi cd, y pude confesarle la causa de mi nombre.
Y qué decir de The Black Crowes, desde que estamos en pandemia no dejo de pensar en este concierto. Fue un concierto increíble en el que bailé sin parar de principio a fin. Tengo tantas ganas de bailar. 
Tengo tantas ganas de bailar rodeada de gente y música en directo que a veces duele. Antes de la pandemia ya llevaba tiempo sin ir a un concierto, pero por lo menos podía salir a bailar, ahora ya ni eso. Bailo en casa, sola, y no es lo mismo.

A veces siento que sólo cuando bailo es cuando me encuentro con mi esencia, cuando a pesar de todo, a pesar de cómo me esté yendo la vida, en esos instantes, soy verdaderamente feliz. 

Sólo espero, que cuando expire mi último suspiro, y ya no esté en este mundo, repiquen las campanas, allí en Illana. Que los que me conozcan me recuerden con una sonrisa en los labios, pero sobretodo me recuerden bailando, bailando como si no hubiera un mañana y el mundo no existiera a mi alrededor, mientras suena “Jessica” de The Allman Brothers Band. 

Hay canciones que encierran vidas enteras en ellas, y yo, yo soy una canción como esas.





*Escribo mi nombre con una s y k por que en euskera no existe la c, y fue así como lo aprendí a escribir cuando era pequeña, en la ikastola. 
*Ha sido terminar de escribir esto y descubrir que un 8 de diciembre nacía Gregg Allman en 1947 en Nashville, Tennessee. 


Texto y fotografías: Jesika Martínez-Alcocer .
Todos los derechos reservados.


Recientemente he tenido la suerte de poder visitar a la gran Lee Krasner.

Hacía mucho tiempo que esperaba este momento. De hecho, estaba emocionada y expectante, como una niña pequeña. No creo que pueda describir la experiencia de ver in situ la obra de esta gran mujer, pero lo intentaré.

Tengo que reconocer que en mis años de universidad me fascinó el expresionismo abstracto, y a día de hoy esa fascinación sigue latente en mí.

Es por ello, que cuando me enteré que el Museo Guggenheim (Bilbao) iba a ofrecer una exposición de la artista, supe ipso facto que no podía perdérmela.

Y así ha sido. ¿Cómo perderme a una artista del calibre de Lee Krasner? ¡Imposible!

Se me eriza el vello sólo de recordar el sentimiento que me inundó al entrar en la sala de exposiciones, me sentí abrumada ante tal belleza, y a la vez fui muy feliz, tan feliz como cuando alguien te ofrece lo mejor de si misma sin esperar nada a cambio, como cuando alguien consigue llegarte al corazón y se queda a vivir en él para siempre, como cuando alguien te enseña una gran lección que no debes olvidar y que te cambia y te hace ser mejor persona…sí, fui feliz.

Estuve rodeada de color y movimiento, de trazos controlados y seguros, fuerza, orden y abstracción, con las ideas claras, dominando y sabiendo lo que hacía en cada ejecución, experimentación, construcción a través de la deconstrucción, mostrando una gran maestría, así es el arte de Lee Krasner, así fue para mí.

Visualicé la proyección que recogía varias de sus entrevistas admirada, podía haberla visto una y otra vez, y allí, sentada ante ella me enamoré de su fuerza, de su “genio y figura”, y deseé para mis adentros que las cosas cambiaran. Ojalá.

Deseo que llegue el día en que las mujeres podamos tener nuestro lugar en el mundo sin tener que lucharlo. Tener ese lugar que nos pertenece por derecho propio. Porque sí. 

Tener las mismas oportunidades y vivir en igualdad de condiciones.

Que se nos valore del mismo modo y que no tengamos que aguantar que un profesor te diga, como la propia Lee Krasner relata en la filmación:

 “Esto es tan bueno que nunca dirías que lo hizo una mujer”.

Ella vivió el machismo a lo largo de toda su vida, el mundo del arte no fue justo con ella, siendo exponente máxima del expresionismo abstracto, su obra no fue reconocida por igual, y la colocó a la sombra de su marido, otro gran artista, mucho más reconocido y valorado y no por ello mejor. 

Las cosas van cambiando, pero lo hacen muy lentamente. Queda mucho por avanzar.

No es fácil ser mujer, artista, en un mundo creado por y para los hombres. 

Espero que ese día llegue, y yo pueda verlo.


Gracias Lee Krasner. Eskerrik asko! 

Ha sido un maravilloso placer máximo.




Exposiciones que pude disfrutar en  Museo Guggenheim Bilbao : 

Lee Krasner. Color Vivo. 18 de septiembre 2020 / 10 de enero 2021.

Lygia Clark. La pintura como campo experimental 1948-1958.

6 de marzo 2020 / 25 de octubre 2020.

Olafur Eliasson. En la vida real. 14 de febrero 2020 / 4 de abril 2021.

William Kentridge. 7 Fragmentos. 12 de marzo 2020 / 7 de febrero 2021.


Texto y fotografía: Jesika Martínez-Alcocer (Animal Culture)

Todos los derechos reservados.



El viento agita las hojas y las ramas de los árboles hasta llegar a mi piel, golpeando mi cara.

Un ligero escalofrío me recorre el cuerpo, es una sensación agradable que me recuerda que a pesar de todo sigo viva, sigo en pie.

Las nubes avanzan despacio, creando formas y dibujos en el cielo. Parecen tan esponjosas, tan ligeras, tan etéreas.

Una nube enorme ha ocultado el sol que hasta hace sólo un momento me calentaba.

En el horizonte montañas. A sus pies, allí, a lo lejos, rodeada y casi oculta entre la maleza la civilización se deja entrever.




Pequeños cubículos de cemento agolpados, vehículos en movimiento… no me interesa ese caótico y anodino mundo.

Me siento mejor aquí, en la montaña, descalza, sintiendo la tierra bajo mis pies, abrazada por el viento, rodeada de los elementos.

El sol vuelve a calentar, ahora con menos intensidad, aún así se agradece, compensa el viento frío que cada vez golpea con mas fuerza.

Atardece.


Oigo los pájaros cantar, mientras el viento sigue moviendo las ramas, su sonido me envuelve, y me recoge en su interior. Aquí rodeada de árboles, estoy en paz, observo la belleza que me rodea y me siento afortunada.

Lo tengo todo. No puedo pedir más.


El sol ya se pone a lo lejos, el violeta se impone en el cielo, los últimos rayos se ocultan tras la montaña, y sola, observo expectante.

Pronto llegará la noche, y tras ella, un nuevo día.

Cima de Urko (795 m)


El monte Urko tiene aproximadamente unos 795 m de altitud, y está situado entre las provincias de Bizkaia y Gipuzkoa. Entre los dos pueblos de Eibar y Ermua.








Texto y fotografía: Jesika Martínez-Alcocer (Animal Culture)
Todos los derechos reservados.





Cuando dieron las campanadas que daban comienzo al 2020, nadie en ese momento pudimos imaginarnos el año que nos esperaba. 

La nochevieja transcurrió como cualquier otra. Fiesta, risas, deseos y grandes expectativas. 

Ahora la recuerdo con nostalgia, pienso en cuando podremos salir a celebrar la vida de la misma manera, y me entristece pensar que quizás pasará mucho tiempo hasta que llegue ese día. 

Dicen que lo bueno se hace esperar. Esperaremos.

El coronavirus nos ha arrebatado muchas cosas, pero sobretodo muchas personas.
Muchos han marchado dejando a familias enteras rotas de dolor por no poder ni tan siquiera despedirse o hacerles la despedida que se merecían, y esto sin duda es lo más duro que muchos han tenido que vivir estos meses.

Qué decir del personal sanitario que ha tenido que tomar duras decisiones, que han tenido que ver realidades de todo tipo y lidiar con ello y sus propios dramas vitales. 
Durante dos años, por motivos familiares, tuve que pasar muchos días en hospitales y la labor que hacen estos profesionales no está pagada con dinero, ni valorada como tanto merecen. Conocí a grandes profesionales de una calidad humana extraordinaria. Desde aquí toda mi admiración y respeto.

Dicho esto, está claro que no todos hemos vivido esta pandemia mundial de la misma manera, algunos han sufrido más que otros, a algunos se les ha arrebatado más que a otros,  pero lo que está claro es que a todos de alguna manera se nos ha arrebatado algo, ya sea un trabajo, un hogar, una pareja, una ilusión, una oportunidad. 

Dicen que las cosas pasan por que tienen que pasar. Siempre he creído que cuando algo sucede es por que nos trae una lección de vida que debemos aprender, y qué sucede cuando tiene que suceder.
Todas las crisis traen algo bueno, o eso quiero creer. Es necesario estar abajo para poder volver a estar arriba. Es necesario tocar fondo a veces para poder levantarte con más fuerza y resurgir de tus cenizas, como un precioso y majestuoso Ave Fénix.



Esta pandemia está siendo dura, pero nos está enseñando muchas cosas. 
Nos está enseñando que nada es permanente. La vida son ciclos, y está en continuo movimiento. 
El ritmo acelerado en el que vivíamos, nuestro estilo de vida y la manera de entenderla deben cambiar para que la vida en este planeta sea sostenible. Debemos amar la tierra de la misma manera que nos debemos amar a nosotros mismos, por que solo uno somos, y estamos conectamos seamos conscientes o no de ello.
Si no nos respetamos a nosotros mismos difícilmente podremos respetar al resto, difícilmente podremos respetar la tierra que pisamos y nos da cobijo, y si no respetamos aquello que nos mantiene será complicado que podamos vivir.




Nos está enseñando que el pasado y el futuro ya no existen. Vivir anclado en el pasado soñando con un futuro inexistente que no sabemos si cumplirá con nuestras expectativas no tiene sentido alguno, por que la vida es aquí y ahora, es sólo presente. Se nos olvida que hoy estamos y mañana puede que no. 
La vida es efímera. Así es. 



Nos está enseñando que los besos y los abrazos, el tiempo de calidad rodeado de la gente a la que quieres y amas es lo más preciado y valioso que tenemos. 
Que nunca los habíamos necesitado y echado de menos al mismo tiempo tanto. 
Que los pequeños placeres de la vida no se pagan con dinero, y que son lo que realmente hacen que el día a día sume. 
Que las risas con los amigos tienen un valor incalculable.
Que simplemente salir a bailar nos hacía felices y no necesitamos mucho más.
Que hay que decir te quiero más veces y sin miramientos. 
Que no hay que tenerle miedo a nada, por que el miedo nos arrebata todo aquello que realmente merece la pena, la vida. 
Que hay que tirarse a la piscina aunque esté vacía, ya nos levantaremos.
Que hay que ver la botella siempre medio llena en vez de medio vacía.
Que al mal tiempo hay que ponerle buena cara, por que va hacer malo igual.
Que siempre debemos mostrarnos tal y como somos, por qué fingir no nos lleva a ningún sitio bueno.
Que hay que seguir adelante aunque pienses que no queda nada, por que queda todo.
Que hay que saber estar abajo para poder volver a estar arriba.
Que lo realmente bueno nunca cambia solo se transforma.
Por que la vida es extraordinaria, es un milagro maravilloso que hay que exprimir hasta la última gota, por que pase lo que pase, nadie, absolutamente nadie, podrá arrebatarte lo que te lleves cuando llegue ese instante, y quiero llevármelo todo, intensamente, con la pasión que le pongo a cada cosa que siento y que hago.

A mi este año me ha enseñado esto y mucho más.
He aprendido a quererme, a empoderarme, y a tratarme con cariño. 
Con ese respeto y amor con el que no me han tratado ni me he tratado hasta ahora.
Ya no soy la misma, he crecido, y he aprendido que soy suficiente. 
Que no tengo nada y a la vez lo tengo todo, por que estoy aquí y ahora, estoy viva, respiro, estoy sana, soy capaz, soy fuerte, soy valiente, y soy libre, pero sobretodo soy de verdad. 
Que tengo que darle las gracias a esta pandemia por darme lo que me merezco, que las personas que quiero están sanas, vivas, que tengo un hogar donde me siento protegida y arropada, que tengo amigos que no fallan, que me hacen reír como siempre, y me recuerdan lo mucho que valgo cuando las fuerzas flojean, que la tierra es abundante y la naturaleza siempre está ahí para recordarme cual es mi lugar en este mundo. Que lo demás ya llegará o no, por que sólo importa hoy.
Y solo puedo sentirme afortunada y dar gracias, muchas gracias, por sentirme tan querida, como hacía mucho que no me sentía. GRACIAS.

                                   

Y que esperaremos para poder celebrar como en los viejos tiempos, con una gran fiesta, mientras tanto, celebraremos como sí se puede: CARPE DIEM. 

Hemos venido a jugar, disfrutemos!




Texto y fotografía: Jesika Martinez-Alcocer
Todos los derechos reservados.






Durante un periodo largo de mi vida Bilbao fue mi hogar. 

Me acogió con mis 23 años cumplidos, en un piso compartido en la Calle Orixe de San Ignacio, recuerdo esa casa con cariño pues en ella sentí el flechazo que aún siento por esta gran ciudad.

Tantas experiencias y emociones nuevas me vienen a la cabeza cuando recuerdo aquel primer año en aquella habitación minúscula, pero con una ventana enorme, en la que me sentí tan libre de vivir y de amar. 

Estudiaba 3ro de carrera en la Facultad de Bellas Artes, y trabajaba los fines de semana para pagar mi alquiler. Cuando el trabajo me lo permitía solía salir a bailar, primero al Bullit, después a la Fever, que tiempos aquellos, que nostalgia y a la vez que sonrisa tan enorme se me dibuja en la cara solo de recordarlo.
De aquella época no solo guardo buenos recuerdos, también amigos, y es reconfortante saber que eso no cambia, y que cada vez que nos damos un homenaje, recordamos batallitas de antaño como si fuera ayer. 




Después vino la casa de Alameda de Urquijo al lado de San Mamés, los fines de semana de partido salir a la calle era ir a contracorriente de una marea humana rojiblanca. 
No he conocido una afición igual. 
Pelos como escarpias se me ponen sólo de recordar la intensidad con la que se vive el Athletic en Bilbao. 
Desde aquella casa se oía lo que se vivía en San Mamés como si estuviéramos en el centro del campo, era increíble.






Deusto, la calle del poeta Blas de Otero me acogió durante un par de años. Era el típico piso destartalado de estudiantes, enmoquetado, con ventanas viejas que dejaban pasar el frío, y que detestaba pero al que tanto tengo que agradecer.
Fue allí donde el destino me tenía reservado uno de los mayores regalos de mi vida, mi pequeña Saba
Dos días enteros maulló para salvar la vida, y casi afónica y sin fuerzas la encontré aquel domingo lluvioso de finales de septiembre. 
(Pronto cumplirá 10 años, es toda una señora.)





Y por fin llegué a Urazurrutia, al borde del puente de San Antón, a la única casa que ha sido mi verdadero hogar. 
A la que volvería sin dudarlo una y mil veces. 
Si cierro los ojos puedo estar allí, y siento amor, mucho amor. 

Allí aprendí mucho, ame mucho, crecí, cometí muchos errores, lloré, reí, hice alguna fiesta que otra con buenas amigas (casi llaman a la policía...) y buenos amigos, y fue allí, donde me despedí de Bilbao para volver al pueblo. 
Fue duro, fue el cierre de una etapa maravillosa, una década de experiencias que jamás olvidaré.

Y fue así cómo Bilbao se metió dentro, muy dentro, fue inundando poco a poco, con vivencias, lugares, personas, espacios y tiempos mi corazón, para quedarse a vivir eternamente aquí, en mi interior.

Es por ello que no puedo ser objetiva con Bilbao, ni tan siquiera puedo describirla.
Pasear por ella es ver a cada paso todos aquellos recuerdos, instantes que me acompañan, y que han hecho que sea quien soy. 




Bilbao me ha dado y me ha enseñado mucho. 
En ella descubrí la libertad, la amistad y el amor. Descubrí la belleza, la arquitectura y el arte. Así mismo, me hizo descubrir la miseria, la decadencia del sistema y del ser humano, un día lo tienes todo y al otro no tienes nada. 
Pero sobretodo aprendí que la vida pasa, que hay que vivir el presente como si no hubiera un mañana, por que hoy y sólo hoy es lo que cuenta. 
Y cada vez que vuelvo, me enseña y me recuerda, para que no me olvide nunca. 

Gracias BILBAO!
Mila esker!






Texto y fotografía: Jesika Martínez-Alcocer
Todos los derechos reservados.






Intervención en el espacio público (puente de La Merced, Bilbao) para Bilbao Art District dentro del Proyecto "En que piensan l@s artist@s? Sur-sur-norte para darle la vuelta al mundo". Mayo 2019.


Las cosas que hasta entonces conocía habían cambiado considerablemente.
El hielo había empezado a derretirse.
Al principio comenzó lentamente, casi imperceptible, con el tiempo, el deshielo fue produciéndose con más premura, como si hubiera prisa, como si el ritmo de todo se hubiera acelerado.

Cazar se hacía más complicado. Había días de hambruna, había que cambiar de lugar rápidamente.
Buscar un sitio más seguro era una constante. No había lugar para el disfrute, solo quedaba espacio para la supervivencia.

Lo sentía así desde hacía tiempo. Y no comprendía por qué sucedía eso, todo cuanto conocía se había diluido con el tiempo, y se sentía perdido, desorientado y desgraciadamente alejado de todo lo que tanto había amado; su hogar blanco de hielo.

Fue así como quedó totalmente a la deriva... sin darse cuenta, sin poder remediarlo. 








Texto y fotografía: Jesika Martínez-Alcocer
Todos los derechos reservados.








   














Si vives en Euskadi como si vienes de paso os recomiendo una ruta que me parece obligada por lo espectacular que es: 

El Salto Del Nervión.


El nacimiento del río Nervión, el origen de la ría de Bilbao, se encuentra situado en un lugar mágico entre las provincias de Burgos, Araba y Bizkaia.


Es por ello que la zona permite varias rutas interesantes para los amantes de la naturaleza y la montaña y por tanto es un enclave a tener en cuenta a la hora de planificar una pequeña excursión para pasar el día.

Teníamos claro que queríamos visitar el Salto del Nervión, pero también queríamos caminar un recorrido asumible a nuestra condición física, que últimamente no es la mejor.
Por ello la ruta que se plantea la puede asumir cualquiera que le apetezca andar unos 7-8 km por el monte.



Así que nos acercamos a Orduña (Bizkaia), un pueblo que merece visita si se cuenta con tiempo para poder disfrutarlo en su totalidad, y a su puerto, el cual una vez subido tiene un parking a mano derecha en el cual poder dejar tu vehículo. 

Una vez aquí, solo hay que cruzar la carretera para adentrarse en el camino dirección al Mirador de Rubén (Monte Santiago), y de ahí seguir caminando hasta llegar al mirador del Salto del Nervión. 

No hay pérdida posible, el camino de piedras y las señalizaciones te llevarán sin ninguna dificultad a tu destino. Merece la pena.







En el camino, acantilados, montañas, vistas increíbles, fauna y flora autóctonas, harán las delicias del recorrido hasta llegar a la cascada o salto de agua más alto de toda la Península, una caída libre de 300 metros, donde el agua se estrella contra la roca de la montaña que te dejará sin palabras. 





Si tienes un poco de vértigo, tendrás que armarte de valor para poder acercarte al borde de la barandilla.
Realmente es impresionante.


Si tienes perr@s pueden unirse a la excursión sin problema alguno. Hay que tener en cuenta que en las zonas de acantilado deben de ir sujetos con correa, pero hay zonas por las cuales tu mejor amig@ podrá correr libre y disfrutar de la naturaleza del mismo modo que tú! 
Es una gozada para toda la familia.

Disfruten!



Fotografía y texto: Jesika Martínez-Alcocer
Todos los derechos reservados.





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