Cuando dieron las campanadas que daban comienzo al 2020, nadie en ese momento pudimos imaginarnos el año que nos esperaba. 

La nochevieja transcurrió como cualquier otra. Fiesta, risas, deseos y grandes expectativas. 

Ahora la recuerdo con nostalgia, pienso en cuando podremos salir a celebrar la vida de la misma manera, y me entristece pensar que quizás pasará mucho tiempo hasta que llegue ese día. 

Dicen que lo bueno se hace esperar. Esperaremos.

El coronavirus nos ha arrebatado muchas cosas, pero sobretodo muchas personas.
Muchos han marchado dejando a familias enteras rotas de dolor por no poder ni tan siquiera despedirse o hacerles la despedida que se merecían, y esto sin duda es lo más duro que muchos han tenido que vivir estos meses.

Qué decir del personal sanitario que ha tenido que tomar duras decisiones, que han tenido que ver realidades de todo tipo y lidiar con ello y sus propios dramas vitales. 
Durante dos años, por motivos familiares, tuve que pasar muchos días en hospitales y la labor que hacen estos profesionales no está pagada con dinero, ni valorada como tanto merecen. Conocí a grandes profesionales de una calidad humana extraordinaria. Desde aquí toda mi admiración y respeto.

Dicho esto, está claro que no todos hemos vivido esta pandemia mundial de la misma manera, algunos han sufrido más que otros, a algunos se les ha arrebatado más que a otros,  pero lo que está claro es que a todos de alguna manera se nos ha arrebatado algo, ya sea un trabajo, un hogar, una pareja, una ilusión, una oportunidad. 

Dicen que las cosas pasan por que tienen que pasar. Siempre he creído que cuando algo sucede es por que nos trae una lección de vida que debemos aprender, y qué sucede cuando tiene que suceder.
Todas las crisis traen algo bueno, o eso quiero creer. Es necesario estar abajo para poder volver a estar arriba. Es necesario tocar fondo a veces para poder levantarte con más fuerza y resurgir de tus cenizas, como un precioso y majestuoso Ave Fénix.



Esta pandemia está siendo dura, pero nos está enseñando muchas cosas. 
Nos está enseñando que nada es permanente. La vida son ciclos, y está en continuo movimiento. 
El ritmo acelerado en el que vivíamos, nuestro estilo de vida y la manera de entenderla deben cambiar para que la vida en este planeta sea sostenible. Debemos amar la tierra de la misma manera que nos debemos amar a nosotros mismos, por que solo uno somos, y estamos conectamos seamos conscientes o no de ello.
Si no nos respetamos a nosotros mismos difícilmente podremos respetar al resto, difícilmente podremos respetar la tierra que pisamos y nos da cobijo, y si no respetamos aquello que nos mantiene será complicado que podamos vivir.




Nos está enseñando que el pasado y el futuro ya no existen. Vivir anclado en el pasado soñando con un futuro inexistente que no sabemos si cumplirá con nuestras expectativas no tiene sentido alguno, por que la vida es aquí y ahora, es sólo presente. Se nos olvida que hoy estamos y mañana puede que no. 
La vida es efímera. Así es. 



Nos está enseñando que los besos y los abrazos, el tiempo de calidad rodeado de la gente a la que quieres y amas es lo más preciado y valioso que tenemos. 
Que nunca los habíamos necesitado y echado de menos al mismo tiempo tanto. 
Que los pequeños placeres de la vida no se pagan con dinero, y que son lo que realmente hacen que el día a día sume. 
Que las risas con los amigos tienen un valor incalculable.
Que simplemente salir a bailar nos hacía felices y no necesitamos mucho más.
Que hay que decir te quiero más veces y sin miramientos. 
Que no hay que tenerle miedo a nada, por que el miedo nos arrebata todo aquello que realmente merece la pena, la vida. 
Que hay que tirarse a la piscina aunque esté vacía, ya nos levantaremos.
Que hay que ver la botella siempre medio llena en vez de medio vacía.
Que al mal tiempo hay que ponerle buena cara, por que va hacer malo igual.
Que siempre debemos mostrarnos tal y como somos, por qué fingir no nos lleva a ningún sitio bueno.
Que hay que seguir adelante aunque pienses que no queda nada, por que queda todo.
Que hay que saber estar abajo para poder volver a estar arriba.
Que lo realmente bueno nunca cambia solo se transforma.
Por que la vida es extraordinaria, es un milagro maravilloso que hay que exprimir hasta la última gota, por que pase lo que pase, nadie, absolutamente nadie, podrá arrebatarte lo que te lleves cuando llegue ese instante, y quiero llevármelo todo, intensamente, con la pasión que le pongo a cada cosa que siento y que hago.

A mi este año me ha enseñado esto y mucho más.
He aprendido a quererme, a empoderarme, y a tratarme con cariño. 
Con ese respeto y amor con el que no me han tratado ni me he tratado hasta ahora.
Ya no soy la misma, he crecido, y he aprendido que soy suficiente. 
Que no tengo nada y a la vez lo tengo todo, por que estoy aquí y ahora, estoy viva, respiro, estoy sana, soy capaz, soy fuerte, soy valiente, y soy libre, pero sobretodo soy de verdad. 
Que tengo que darle las gracias a esta pandemia por darme lo que me merezco, que las personas que quiero están sanas, vivas, que tengo un hogar donde me siento protegida y arropada, que tengo amigos que no fallan, que me hacen reír como siempre, y me recuerdan lo mucho que valgo cuando las fuerzas flojean, que la tierra es abundante y la naturaleza siempre está ahí para recordarme cual es mi lugar en este mundo. Que lo demás ya llegará o no, por que sólo importa hoy.
Y solo puedo sentirme afortunada y dar gracias, muchas gracias, por sentirme tan querida, como hacía mucho que no me sentía. GRACIAS.

                                   

Y que esperaremos para poder celebrar como en los viejos tiempos, con una gran fiesta, mientras tanto, celebraremos como sí se puede: CARPE DIEM. 

Hemos venido a jugar, disfrutemos!




Texto y fotografía: Jesika Martinez-Alcocer
Todos los derechos reservados.






Durante un periodo largo de mi vida Bilbao fue mi hogar. 

Me acogió con mis 23 años cumplidos, en un piso compartido en la Calle Orixe de San Ignacio, recuerdo esa casa con cariño pues en ella sentí el flechazo que aún siento por esta gran ciudad.

Tantas experiencias y emociones nuevas me vienen a la cabeza cuando recuerdo aquel primer año en aquella habitación minúscula, pero con una ventana enorme, en la que me sentí tan libre de vivir y de amar. 

Estudiaba 3ro de carrera en la Facultad de Bellas Artes, y trabajaba los fines de semana para pagar mi alquiler. Cuando el trabajo me lo permitía solía salir a bailar, primero al Bullit, después a la Fever, que tiempos aquellos, que nostalgia y a la vez que sonrisa tan enorme se me dibuja en la cara solo de recordarlo.
De aquella época no solo guardo buenos recuerdos, también amigos, y es reconfortante saber que eso no cambia, y que cada vez que nos damos un homenaje, recordamos batallitas de antaño como si fuera ayer. 




Después vino la casa de Alameda de Urquijo al lado de San Mamés, los fines de semana de partido salir a la calle era ir a contracorriente de una marea humana rojiblanca. 
No he conocido una afición igual. 
Pelos como escarpias se me ponen sólo de recordar la intensidad con la que se vive el Athletic en Bilbao. 
Desde aquella casa se oía lo que se vivía en San Mamés como si estuviéramos en el centro del campo, era increíble.






Deusto, la calle del poeta Blas de Otero me acogió durante un par de años. Era el típico piso destartalado de estudiantes, enmoquetado, con ventanas viejas que dejaban pasar el frío, y que detestaba pero al que tanto tengo que agradecer.
Fue allí donde el destino me tenía reservado uno de los mayores regalos de mi vida, mi pequeña Saba
Dos días enteros maulló para salvar la vida, y casi afónica y sin fuerzas la encontré aquel domingo lluvioso de finales de septiembre. 
(Pronto cumplirá 10 años, es toda una señora.)





Y por fin llegué a Urazurrutia, al borde del puente de San Antón, a la única casa que ha sido mi verdadero hogar. 
A la que volvería sin dudarlo una y mil veces. 
Si cierro los ojos puedo estar allí, y siento amor, mucho amor. 

Allí aprendí mucho, ame mucho, crecí, cometí muchos errores, lloré, reí, hice alguna fiesta que otra con buenas amigas (casi llaman a la policía...) y buenos amigos, y fue allí, donde me despedí de Bilbao para volver al pueblo. 
Fue duro, fue el cierre de una etapa maravillosa, una década de experiencias que jamás olvidaré.

Y fue así cómo Bilbao se metió dentro, muy dentro, fue inundando poco a poco, con vivencias, lugares, personas, espacios y tiempos mi corazón, para quedarse a vivir eternamente aquí, en mi interior.

Es por ello que no puedo ser objetiva con Bilbao, ni tan siquiera puedo describirla.
Pasear por ella es ver a cada paso todos aquellos recuerdos, instantes que me acompañan, y que han hecho que sea quien soy. 




Bilbao me ha dado y me ha enseñado mucho. 
En ella descubrí la libertad, la amistad y el amor. Descubrí la belleza, la arquitectura y el arte. Así mismo, me hizo descubrir la miseria, la decadencia del sistema y del ser humano, un día lo tienes todo y al otro no tienes nada. 
Pero sobretodo aprendí que la vida pasa, que hay que vivir el presente como si no hubiera un mañana, por que hoy y sólo hoy es lo que cuenta. 
Y cada vez que vuelvo, me enseña y me recuerda, para que no me olvide nunca. 

Gracias BILBAO!
Mila esker!






Texto y fotografía: Jesika Martínez-Alcocer
Todos los derechos reservados.





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